Esta frase lleva unos días rondándome la cabeza, era una esas expresiones que tenía su enjundia y que nos enseñaba el difunto Peter Yang, con la solemnidad de un cura budista que también abría sus brazos al cristianismo.  Así  andaba una practicando tai-chi y deleitándose con sus enseñanzas en aquellos años 90.

Eran unos retiros en los que Luisa, la organizadora nos llevaba a sitios en los que entrabas y sentías que se paraba el tiempo, lugares silenciosos, rodeados de naturaleza profunda y donde la mayoría de las veces cocinaban las monjas, recuerdo que era una comida saludable y muy rica.

Peter Yang, por su parte  nos instruía a cerrar las puertas despacio y en silencio. Por las mañanas antes de desayunar si no llovía salíamos a la calle  y en un corro enorme hacíamos el calentamiento del día, nos estirábamos, corríamos, saltábamos… Después de desayunar nos reuníamos y Peter nos contaba historias, que muchas veces creaba discordia entre nosotr@s, eso era lo interesante no ser un@  meapilas y manifestar tu criterio. Pasado un rato  nos poníamos a  hacer tai-chi, hasta la hora de la comida. Y así iba pasando el día, entre el silencio, las risas, las sonrisas y la confianza de sentirte en tranquilidad.

Incorporarse a la rutina  después de las vacaciones hoy en día para algún@s es un acto casi de valentía, que lo va a reforzar esos estados de calma que tod@s conocemos y tenemos registrado en algún lugar de nuestro cerebro y que a veces nos cuesta poner en práctica.

Así que respira  y mantén la calma, que ya está aquí el verano tardío.

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